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Cada año, tanto aficionados como profesionales esperan con curiosidad, y a veces con ansiedad, la publicación de nuevas guías de vinos. Las estrellas, las copas, los racimos de uva, las puntuaciones sobre 100: en tan solo unas páginas, se resume, clasifica y, a menudo, se celebra el trabajo de cientos de productores. Pero ¿qué tan precisas son estas guías? ¿Y qué tan fiables son?
Es innegable que las guías tienen un valor tangible: ofrecen una selección, crean un lenguaje común y ayudan a los consumidores a navegar por un panorama amplio y complejo. Quienes se inician en el mundo del vino encuentran en las guías una hoja de ruta, un punto de partida útil para descubrir marcas y bodegas de calidad.
Además, muchas guías italianas se basan en catas anónimas, paneles de expertos y criterios técnicos bien definidos. El trabajo entre bastidores suele ser serio, riguroso y apasionado.
El vino, sin embargo, no es un producto estándar. Es fruto de la tierra, el clima, la añada y las manos que lo producen. Más que una puntuación, es una experiencia. Es legítimo preguntarse: ¿tiene sentido reducir todo esto a una puntuación sobre 100? ¿O a un símbolo gráfico?
Existe el riesgo de que, al perseguir cierto tipo de reconocimiento, los productores se adapten a un "estilo dominante", perdiendo así su identidad. Algunos vinos muy personales, quizás imperfectos pero emocionantes, son excluidos por no encajar en el molde. Otros, técnicamente impecables pero sin alma, se ven recompensados.
Otro factor a considerar es la subjetividad. Ninguna guía puede reemplazar el paladar individual. Mi esposa me lo hizo notar cuando, en una cata de vinos muy finos (y caros), expresó su "disgusto" por beber ese tipo de vino en particular y su aprecio por los vinos de "gama baja". Un vino con una puntuación de 95 puntos de un sumiller experto podría no entusiasmar a un aficionado novato. Y viceversa.
Además, los vinos a menudo se juzgan fuera de contexto: se catan a ciegas, sin conocer el plato, la compañía ni la ubicación. Pero el vino también se nutre de la atmósfera, el recuerdo y la emoción. Y todo esto no se refleja en las puntuaciones.
Las guías no son ni "la verdad absoluta" ni "el mal del vino". Son una herramienta. Útiles si se usan con consciencia. Limitantes si se toman como un evangelio. Creemos que todo consumidor debería tomarlas como punto de partida, no como un destino.
La mejor manera de conocer un vino es siempre la misma: catarlo . Con la mente abierta y el corazón libre de prejuicios.
Los guías pueden ayudarnos a descubrir buenos vinos, pero no deberían decidir por nosotros qué nos gusta ni qué merece la pena beber. El vino no es una competición. Es una historia para vivir, una sensación para recordar. Y como decía uno de mis maestros sumilleres: «El vino es bueno cuando la botella vuelve vacía; todo lo demás es aburrido».